miércoles, 29 de julio de 2009

El adios de Dulcinea

Después de las largas horas de trabajo, cuando ya se pone el sol cuando ya ha cantado el gallo para despertar las ánimas de su letargo, cuando todo está limpio, y todo en orden, llaman las madres a sus críos desde un balcón cualquiera, corren y se despiden con un dejo de melancolía de aquel sol agonizante.

Con los últimos rayos de luz que se despiden se alza la luna cubriendo con un manto oscuro y agujereado el cielo, me dirige un leve saludo desde la distancia, con una tímida sonrisa y una lagrima silenciosa y fugitiva le respondo, dando la espalda emprendo el camino empedrado hacia mi hogar. Luciérnagas a lo largo del camino, cantar de ranas en el lago, sombras migratorias, el batir de alas el cantar del silencio y tu recuerdo.

Ya empieza el tormento, veo tu silueta entre la enramada, trae el viento un dejo de y tu aroma, el roce de tus manos, tu aliento, ya viene el vértigo, un vórtice irracional, el delirio, la ansiedad, de pronto el silencio y en medio de la locura en pausa, tus ojos. Sangre y lágrimas en un cuadro incompleto.

Un nuevo respiro, sigue el camino, un andar sombrío, trashumante sordera de mis pies, en la distancia se ve ya el techo y el humo de la chimenea, hay alguien allí, ¿Serás tú?, volviste, desgraciada esperanza que regresas agonizante porque no mueres en silencio, un correr desesperado –por favor quédate, que prefiero vivir con tu quimera que sin tu recuerdo-. A tropezones abro la puerta para encontrarme con el sillón vacío, cubierto de aquella fina capa de polvo inalterada, solo la imperceptible llama que hace ya años me acompaña.

Ahora si vas a morir maldita esperanza, ya vez que el polvo es fiel testigo de su ausencia y el humo solo una ilusión de tu locura. Si aso lo prefieres quédate, te dejo su sillón para que lo mires hasta saciarte de su ausencia, te dejo el oxido de su armadura, te dejo la espada sin filo y agrietada para defenderte del olvido y su escudo abollado para que te resguarde del frio.

Yo me voy y te dejo, iré en busca de gigantes en molinos, emprendo camino sobre un rocinante desecho, cabalgando sin rumbo fijo, cazando dragones, rompiendo cadenas, sucumbiendo ante el delirio por falta de sueño y hambre, luchare en batallas épicas junto a caballeros con nombres inmortales y será tal vez en ese momento en que sucumbiendo bajo la espada del caballero de la luna, entre la ultima punzada de dolor y el primer suspiro agónico, que lo vea llegar con su triste figura y andar sombrío, presto a llevarme consigo, a vivir por fin en el idilio de estar juntos.

Adiós