Venga cariño, deja que te diga un
par de cosas.
Primero: es usted la
reencarnación de mis más profundas pesadillas, de los sueños que deje
enterrados hace algún tiempo en arenas de una playa cuyo nombre realmente no me
interesa recordar.
Segundo: me quedo con los instantes que me
de su boca y que me dejen sus ojos. Me quedo con una cicatriz de sus manos, con
su sonrisa en la fogata, con una imagen entre piedras.
Tercero: le dejo que se lleve lo
que le plazca, solo prométame que cuando se aburra me lo devuelve y yo le quito
ese peso de los hombros para que pueda subir tranquilo la colina.
De resto cariño, deja que me enrede
las manos en tu pelo, que me pierda en los distantes murmullos de tu
respiración, que sea tan cliché como se me dé la gana. Que le dedique canciones
de Sabina, que intente descifrar su clave de sol, que me aparezca en la puerta de
su casa con una maleta no muy cargada y Cariño que viajemos juntos hasta la
orilla donde me ahogas. Hasta el final de las notas, que montemos en un aeroplano
y nos vayamos al sur o si tus preferencias políticas nos dejan, viajemos a la
derecha. Cojamos el primer bus que salga de madrugada y empecemos a contar
historias de jardines rojos, de sueños enterrados, de piratas en retiro. Seamos
alas del mismo peregrino y si estamos de suerte podamos volver a ese sitio
entre piedras, a los amores que cambian destinos, que reabren heridas.
Venga Cariño lo invito a
descongelar el corazón
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